Esta imagen la he presenciado esta tarde y he sentido que la tenía que tomar. Me acerque a la valla y se me quedo mirando, con cara de extrañeza, como diciendo, -éste ¿qué querrá?- a la vez que me pareció, esbozaba una sonrisa de madre orgullosa.
Aún se ven pastores por el monte y en los campos de Milagro y Funes, pero ésta imagen es cada vez más habitual. Las ovejas encerradas, recluidas, enclaustradas en un campo verde, con florecillas amarillas y blancas y ahí te las compongas que diría aquel.
Ni en el mismo día del parto, dejan de estar solas. Por lo visto, me dice mi amigo el "Jaso" es mejor que paran en el campo que en el establo, pues los corderos se hacen más fuertes. Por allí no se veía a nadie, supongo que por la tarde-noche, alguien se habrá acercado a recogerlas y se habrá llevado los “cordericos” recién paridos. No le ha hecho falta nadie, en este caso, a la oveja, para parir. Es el instinto de supervivencia animal. Ella sola ha sabido lo que tenía que hacer, lo tiene grabado en su código genético y después de lamerlos, ya ellos saben buscar su alimento.
Lejos va quedando aquella imagen del pastor, con los corderos en la mano que cuidaba de su rebaño, por los caminos y veredas en busca de buenos pastos.
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